Enrique Bunbury, en contra del viento...En un mundo en el que el riesgo se penaliza de muerte, que alguien como
Enrique Bunbury haya alcanzado un éxito masivo resulta casi milagroso. A lo largo de una carrera que comenzó en 1979, cuando se compró su primera guitarra eléctrica para tocar en un grupo de su colegio llamado Apocalipsis,
Enrique Bunbury ha ido dando pasos que alguien que no hable el lenguaje del arte jamás podría entender. La frase que probablemente este aragonés del 67 ha oído más veces ha sido: ¿y qué necesidad tienes? Pero eso es como si alguien le preguntara a Admunsen, cuando salía hacia el Polo Sur, si realmente era necesario pasar ese frío, con lo bien que se está en casa. Necesidad. Esa es posiblemente la clave.
La disolución de
Héroes del Silencio, ese grupo que surgió en 1984, después de que Enrique hubiera militado en otras bandas de iniciación como Zumo de Vidrio o Proceso Entrópico, sucedió en el momento de mayor éxito de la banda. Era 1996 y habían alcanzado metas que ningún grupo de rock español había logrado anteriormente (y, hasta el momento, nadie ha vuelto a conseguir). Además del triunfo incondicional en España, un éxito internacional auténtico (con fans esperando en la puerta del hotel y portadas de periódicos) en países como Italia y Alemania, además de toda Latinoamérica y el ámbito latino de Estados Unidos. Pero Bunbury necesitaba cambiar, explorar territorios musicales que con el peso de Héroes no podía escalar.
El primer salto mortal llegó en 1997 con
“Radical Sonora”, su álbum de debut en solitario, en el que la mano de Phil Manzanera le ayudó a sobrellevar el vértigo. Una exploración por la
música electrónica, por la psicodelia más ácida y sonidos orientales que, desde luego, era un cambio radical, incomprendido por algunos que, con el tiempo, acabarían por darle la razón. Con este disco y su gira posterior, Bunbury desveló algunos de esos gustos que llevaban tiempo agazapados, escondidos por la gran maquinaria de Héroes del Silencio y que devendrían en sus discos posteriores. En esa gira, por una parte, ya dio señas de su pasión por la vida del nómada y por rodearse de algunas de las ‘rara avis’ de la música su país, artistas minoritarios a los que daba la oportunidad de acercarse a un gran público y, por otra parte, en el caso de
Radical Tour (después pasaría con
Freak Show), definían las coordenadas de un mapa en el que después Bunbury se adentraría de lleno. La electrónica de Big Toxic, el post-rock/krautrock indie de Manta Ray, la psicodelia de IPD, el pop lounge y latino de Esterocéano…
El siguiente paso, no menos arriesgado, fue
“Pequeño”. Muchos pensaron que “Radical Sonora” había sido una cana al aire, un desahogo, pero que, después, una vez desfogado, volvería a hacer lo que el público de Héroes (y la industria discográfica) esperaban. Pero no, los criterios artísticos, la Necesidad, se impusieron. Y salió “Pequeño”, en 1999, un disco en el que se empezaba a intuir ese aire de cabaret que este showman por excelencia siempre llevó dentro y un sonido más cálido, más mediterráneo, sin dejar a un lado el Pacífico. Con este trabajo consiguió reconciliarse con parte de su público, que empezaba a entender que Héroes eran el pasado y que tenían que aprender a querer a Bunbury tal y como era. Pero además, consiguió que una audiencia que no compartía los postulados de su grupo anterior empezara a fijarse en un artista renovado, con una capacidad innata para crear himnos, como
“Viento a Favor”. El cambio no era sólo musical. Las letras, que siempre habían sido una parte esencial en la creación de Bunbury, se iban transformando. Las referencias digamos más iniciáticas, más oscuras, a Blake o a los simbolistas, que estaban presentes en su etapa anterior, aquí se volvían más claras, más maduras. Pasaba de la escritura críptica, de libre interpretación, a la sencillez, la narración. Algo que se haría especialmente patente en su siguiente cd,
“Flamingos” (2002), al que llegó después de publicar un álbum en directo de su gira,
“Pequeño Cabaret Ambulante”, y con una nominación a los Grammys latinos por
“El extranjero”, como “mejor interpretación pop masculina”.
La nitidez en las letras, la introspección definitiva, el striptease lírico llegó con
“Flamingos”. La historia del desengaño (no sólo amoroso) y de la resurrección. Un disco en el que se rodeó de algunos de sus amigos, como Jaime Urrutia, Quimi Portet, Shuarma (Elefantes), Carlos Ann, Kepa Junkera o Adrià Puntí y en el que experimentó musicalmente hasta el infinito. De la sencillez de “Pequeño”, a la complejidad de cientos de pistas para crear canciones como “Contar conmigo”. 300.000 discos vendidos en España y América, una gira interminable, actuaciones en el Central Park de Nueva York… Bunbury es ya, definitivamente, sin ningún género de dudas, una estrella internacional y eso se nota en su siguiente entrega: “
El Viaje a Ninguna parte” (2004). El espíritu del titiritero, del Músico de la Legua está presente en este trabajo, que toma su título de la película en la que Fernando Fernán Gómez refleja la vida de un grupo de comediantes, de pensión en pensión. Aquí, Latinoamérica, un territorio por el que Bunbury había transitado (por trabajo y por placer) durante los últimos años, estaba especialmente presente. En la música, en la temática de las canciones y en las letras. Ese empeño por crear una identidad propia, de un rock en español, estaba presente más que nunca en ese disco. Nicaragua es quizá la fuente de inspiración más evidente, pero ahí están México, Guatemala y, por supuesto, España, aunque sea con referencias no tan obvias.
Ese álbum era una especie de preludio de lo que iba a venir después. Lo siguiente fue “
Freak Show” (2004). La serie B, el circo añejo, la estética del nómada. El cd y dvd (realizado por José Girl y Javier Alvero y que definiría la estética de Bunbury durante algunos años) es una muestra nítida del sentido del espectáculo de un artista que sabe que el rock and roll es algo más que música. Pero donde de verdad se ven las intenciones de Bunbury es en la gira posterior, donde se rodea, de nuevo, de artistas de culto, como Mercedes Ferrer, Carlos Ann, Nacho Vegas o Adriá Puntí, para recorrer con su carpa toda España y, según sus propias palabras, “recuperar la cercanía con el público, esas sensación de convencer uno a uno”. Su “Rolling Thunder” particular. Ese sería también el año de Bushido, un proyecto junto a Shuarma, Morti y Carlos Ann y el del comienzo de Los Chulis, una banda casi secreta, de amigos, en la que Bunbury saca a la luz su lado más lúdico.
El 2005 fue el año, de nuevo, del cambio. Disolución de El Huracán Ambulante (la banda que le había acompañando desde el 97) y cambio de empresa de managament. Bunbury está agotado, en el sentido literal del término, y no está seguro de si volverá a subirse a un escenario. Comienza una etapa de reflexión, colabora con algunos compañeros como Jaime Urrutia o Quique González. With a little help of his friendo, y, después de una temporada de descanso, va retomando el contacto con la música. En esa época, también se publica el libro/disco de Homenaje a Panero donde él, Carlos Ann, Bruno Galindo y José María Ponce recitan y musican la obra del poeta. Y esa afición a la literatura, evidente si atendemos a las letras de Bunbury, también se materializa en “Chorrito de Plata”, la editorial de poesía que funda junto a Antonio Estación, donde publican a autores noveles y a algunos músicos que vuelcan en ella su faceta literaria.
Pero la colaboración definitiva llega con Nacho Vegas, con el que graba un disco
“El Tiempo de las Cerezas” (2006). Ese es el comienzo del regreso, de volver al escenario (entre otros, el Liceo de Barcelona). En medio, la reunión de Héroes del Silencio. Diez conciertos que sirven para cerrar definitivamente ese capítulo. Y un año después,
“Hellville de Luxe” (2008). Un disco de rock en el sentido más clásico del término, donde las guitarras adquieren un protagonismo muy especial y en el que los estilos se entrecruzan, pero siempre mirando a las raíces de rock. Una nueva etapa, en la que le acompaña, por supuesto, Phil Manzanera, y que comienza con una frase que resume mucho más que el estado de ánimo o la situación vital del artista: “Al final, para un hombre de mundo, es muy exótico volver a casa”.
Silvia Grijalba, Febrero 2009Fuente:
http://www.enriquebunbury.com/enrique.aspx